No termino de dar vueltas en la cama. La luz amarilla que se cuela por las cortinas me llega directo a ojo y la sábana arrugada y húmeda no permite que me mueva en completo placer. Hace un año que mi mujer duerme a mi lado, en una cama demasiado pequeña para nuestro evidente sobrepeso. Como anhelo esas noches de agosto, cuando el frío nos obligaba a refugiarnos en abrazos calurosos. Ahora, sin embargo, el calor sofoca cada poro florecido de mi piel y lo lleva a desahogarse en un sudor hervido que anuda la asquerosa sábana a cada jeme de mi cuerpo. Otra vuelta y mi desesperación se humedece más y más, dejándome con la cabeza caliente de pensamientos obtusos. Ya me he quitado el pijama en un intento desalentado de combatir la quemazón y ni siquiera la desnudez puede soportar el flagelo ígneo.
Los perros ladran su canto adormilado mofándose de mi insomnio, de mis ganas de perecer en el quieto ámbito de los placeres oníricos, de mi derecho mutilado a dormir placentero en compañía de una dulce mujer dormida. Cuántas vueltas debo resistir antes de que se compadezca mi carcelero. Cuánto sufrimiento he de padecer antes de que caiga abatido por el cansancio cruel que deseo tanto conciliar.
Es por eso que dejo a mi mente divagar en los inútiles pensamientos que me persiguen, como un recurso angustiado con tal de ser presa de un sueño descarriando que alguien no quiso aceptar entre sus cobijas. Porque ansío cualquier atisbo de caer en la soñolencia y soltar, al fin, el velo miserable de la realidad. No soporto más ese inquietante resonar del reloj que marca otra hora que no he dormido y no he de tolerar otro minuto más dentro de esta consternación que ofusca cada intento de dormir. Otra vuelta y la sábana se adhiere con más empeño a mi exhausta vigilia, intento quitármela pero el sudor se ha vuelto una masa gelatinosa que, pienso, debe reír por mi desdicha. Qué hice para merecer este tormento, me pregunto y vuelvo a acomodar mi cabeza en la almohada que parece fermentar por mi humedad. Ella, sin embargo, duerme sin preocuparse, sin inmutarse si quiera de que mi envidia la corroe en su excelso dormir.
Otra vuelta más y ya siento que mi cuello es prisionero del látigo en que se ha convertido la sábana. Me asfixia, me aprieta, me deja sin aire mientras intento enérgicamente desatarme de su lazo. Ya desesperado intento desanudar en vano la sábana pero con cada vuelta parece aferrarce más a mi cuello, Comienzo a aletargarme pero sé que es por la falta de aliento, porque la sábana me estrangula con desdén. Mi corazón late más fuerte y mis manos no pueden quitarse el paño maldito que está ahorcándome con la misma energía con que maldije su calor.
Mi ojo ya casi no percibe la luz naranja que se cuela por las cortinas y las venas de mi cuello han dejado de palpitar con la misma fuerza. El tic-tac del reloj es casi inaudible y el calor fue reemplazado por un frío exquisito que me recuerda las noches de agosto, sólo que no me quedan fuerzas para resguardarme en un abrazo de mi amada mujer. Por fin estoy cayendo en el sueño, mí tan anhelado ensueño, y siento que ya no puedo hacer nada más que agradecer este delicado instante, preludio de mi muerte.
martes, 5 de enero de 2010
Insomne
La lesera que escribió
RHeP
cuando eran las
9:42 a. m.
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2 comentarios:
extrañaba tus escritos en el blog :)
yaaaa... cuando te tirai otro pa ver que tan escritor soy!!!
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